Gracias a Carmen Garaizar y Sol Aguirre por escribir esta crónica
El pasado siete de mayo, varios miembros de la asociación literaria El espíritu de la alhóndiga tuvimos la fortuna de visitar la sala de obras incunables en la nueva Biblioteca de la Universidad de Deusto. El arquitecto Rafael Moneo, autor del edificio, diseñó también el recinto: un espacioso cubo de doble altura y sin ventanas, con las cuatro paredes revestidas en su totalidad de vitrinas y estanterías de madera clara, sin tratar. El ambiente es sobrio, de líneas rectas, con luces cálidas, perfectamente acondicionado y aislado del exterior; tiene cierto olor a libro antiguo, cubiertas de piel y atmósfera de estudio. De la mano de una de las responsables del recinto, Lourdes Isusi, inspeccionamos el contenido con admiración, revisamos con toda la delicadeza posible algunos de los venerables textos y nos deleitamos con las explicaciones recibidas. La cámara carece de otro mobiliario, aparte del que alberga los libros, salvo por la espléndida mesa central, también diseño de Moneo, sobre la que la experta nos fue señalando los detalles más relevantes de las obras que había seleccionado para nosotros.
Supimos de esta manera que la biblioteca custodia los libros propios de la Universidad y los que proceden de otros centros de los P.P. Jesuitas, así como donaciones privadas, algunas de gran valor. En la sala se conservan los incunables (impresos hasta el año 1500), los postincunables (1501-1520) y parte del “fondo antiguo” de la biblioteca (1521-1900), mientras que el “fondo histórico” (siglos XX y XXI), mucho más voluminoso, se encuentra en otras dependencias del mismo y otros edificios de la Universidad. La sala que visitamos, un verdadero bunker, contiene textos sobre filosofía, teología, derecho, estudios vascos y, en menor cuantía, otros temas como arquitectura, medicina, etc.
Vimos, ojeamos, tocamos…, libros cuyo proceso de restauración nos fue explicando Lourdes, otros todavía a la espera de ser restaurados y otros varias veces reencuadernados en épocas pretéritas. Nos mostró joyas como una primera impresión de la biblia de 1475, encuadernada en Sevilla por Montalvo, Consejero de los Reyes Católicos. Vimos también un sorprendente ejemplar de la Biblia Políglota Complutense, encargada por el Cardenal Cisneros, quien murió antes de verla publicada. Cada página muestra el mismo texto en cuatro idiomas: latín, griego, arameo y hebreo, en lo queparece un prodigio de composición. Su origen no estuvo libre de controversias porque su publicación se demoró hasta 1520, cuando obtuvo la aprobación papal, y se cree que su distribución tardó todavía unos años más en llevarse a cabo.
Vimos además lo que, como bien decía nuestra guía, se trata del libro más bello de la sala: un increíble atlas, el Ortelius, impreso en 1612, perfectamente restaurado y con la portada a todo color. Parece ser que la primera publicación fue algo anterior, de 1570, pero se trata del primer atlas realizado con la intención de recopilar sistemáticamente los mejores mapas de la época; durante los años siguientes, se reeditó regularmente, actualizado con cada nuevo descubrimiento. Apenas había transcurrido un siglo desde el descubrimiento de América y, sin embargo, allí estaban sus costas bien definidas por ambos costados oceánicos. En el mapa de la península ibérica, aparece Guipúzcoa más destacada que Vizcaya, lo que fue objeto de comentarios.
Tuvimos también en nuestras manos el tratado de Alberti: “Los diez libros de arquitectura”, de 1582, cuyos grabados nos fascinaron (existe una versión digitalizada del libro).
Fue fantástico ojear las páginas de una primera edición de Don Quijote, de 1605, que suponemos –por el título y la fecha- que corresponde a la primera parte, porque la segunda no fue publicada hasta 1615. Lourdes nos enseñó un tratado escrito en 1587 por el Licenciado Poza, de nombre Andrés, natural de Orduña y abogado de profesión (dicho esto para paliar nuestra desagradecida ignorancia sobre la calle que lleva su nombre, reconfortante lugar para generaciones de bilbaínos). El texto trata “de la antigua lengua, poblaciones y comarcas de las Españas…”, faceta por la que fue muy conocido en su época (adalid de la teoría del vasco-iberismo, por la que Iberia habría compartido una misma lengua y costumbres), además de como jurista, político y políglota.
Entrados ya en materia local, tuvimos ocasión de ver las ordenanzas municipales de Bilbao del año 1646. Se trata de un documento importante si se tiene en cuenta que, aunque Bilbao fue nombrada capital de Bizkaia en 1602, sustituyendo a Bermeo, no fue hasta 1631 cuando se produjo un laborioso y complicado acuerdo con las demás villas del señorío para llevarlo a cabo. Las ordenanzas que tuvimos en las manos de alguna manera asentaban una situación harto complicada hasta la fecha. Vimos también un diccionario trilingüe, “castellano, bascuence y latín”, de 1745, de Manuel Larramendi. Se trata de su obra más conocida y también la más polémica (en lo referente al rigor lingüístico). Parece ser que con ello quiso traducir un diccionario de la Real Academia de la Lengua Española publicado con anterioridad. Quizá fuera ese mismo el que también tuvimos la oportunidad de ojear: el primer “Diccionario de autoridades” de la RAE, de 1726, cuya denominación se debe a que cada entrada cuenta con la referencia de los mejores escritores de la época sobre el uso del término o palabra.
Y, en fin, vimos otros muchos textos, sobre Catilina, la picaresca española, la información sobre China traída por los jesuitas y otras varias y diversas obras que sería imposible ahora reseñar. Cualquier tema que le propusiéramos a Lourdes Isusi, tenía su respuesta en formato libro, tratado con todo el mimo y cuidado que merecen los textos que la biblioteca preserva para usuarios, investigadores y, sobre todo, para las siguientes generaciones. El tiempo se nos fue volando y nos despedimos de nuestra excelente guía con el agradecimiento del que, perdido en el bosque, hubiera encontrado un tesoro oculto.
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