ENTREVISTA A PEDRO UGARTE,
CON MOTIVO DE LA PUBLICACIÓN DE “LAS COSAS DE ESTE MUNDO”
Con “Las cosas de este mundo” Pedro Ugarte regresa a la poesía, tras muchos años, más de tres décadas, en que no había publicado libros de este género. ¿A qué se debe este regreso?
Después de la publicación de mis dos poemarios anteriores, Incendios y amenazas, de 1989, y El falso fugitivo, de 1991, mi trabajo en la poesía fue escaso, pero también constante. Quiero decir que, en todo caso, yo esperaba que el fin de todo esto volviera a ser un libro, un nuevo libro. Lo que tengo claro es que no me considero un poeta, en la inmensa extensión de esa palabra. Si la literatura es la máxima expresión de una lengua (en el sentido de que se recurre a ella con fines estéticos), la poesía es el género más alto. De algún modo, lo “literario” que puede haber en una narración, en un ensayo o en un artículo periodístico es lo que pueda haber en ellos de poético. Soy un escritor, por supuesto, pero llamarme poeta sería por mi parte una muestra de excesiva vanidad.
¿Por qué ha pasado tanto tiempo para su publicación?
La vida de los libros no es menos paradójica que la vida de los seres humanos. Tras la publicación de El falso fugitivo la narrativa pasó a ocupar en mi trabajo mucho más tiempo y energías, pero siempre había esquinas, recodos, armarios escondidos, donde asomaban de vez en cuando algunos versos. A lo largo de veinte años fueron goteando estos poemas. Nunca tuve dudas de que iban a configurar un libro, pero no tenía claro ni cuándo ni dónde iba a aparecer. A la generosidad de Sloper y de su director, Román Piña, debo ahora este feliz acontecimiento.
¿Ha cambiado mucho el escritor que publicó aquellos dos primeros libros y el escritor que publica ahora este tercero?
Es innegable que el cambio ha sido brutal (a juzgar por la foto que apareció en la solapa del segundo libro). Dejé de publicar libros de poesía cuando tenía 28 años. Ahora tengo 60. Los cambios que experimenta un escritor por efecto del paso del tiempo fueron brillantemente referidos por Borges en algunos cuentos y, con más frecuencia, en los prólogos y epílogos a sus libros sucesivos. Cuando publiqué El falso fugitivo aún era un hombre joven. Ahora creo no equivocarme si digo que me encuentro en la estación prologal de una (espero que dilatada) vejez. El escritor ha cambiado, claro, pero sobre todo ha cambiado la persona. Desde entonces han pasado muchas cosas, buenas y malas, pero no me arrepiento de las más importantes: una familia, unos hijos, unos libros.
En la primera parte del libro hay poemas irónicos, cáusticos, humorísticos; en la segunda, en cambio, parece aflorar más seriedad.
Las cosas de este mundo es fruto de dos décadas de trabajo y no es extraño que a lo largo de ese tiempo hayan cambiado (valga la redundancia) muchas cosas. Soy consciente de ese cambio, pero no puedo explicarlo con demasiada claridad. Quizás los primeros poemas son aún deudores de ese rencor con el que el joven siempre comparece ante un universo que es fundamentalmente hostil e injusto. Y los más tardíos se limitan a constatar lo que sigue ocurriendo, pero ahora, desde la madurez, con tranquilidad y resignación. Lo que sí es una constante en el libro es la “narratividad” de los poemas. En la mayoría de ellos, literalmente, se cuenta una historia.
En el prólogo llega a decir que es un libro compuesto por “formas híbridas”.
En muchos de estos poemas hay auténticos relatos, y en algunos otros la descripción de escenas, no muy largas, pero que derivan en algún desenlace. Hay en el libro la atención a esa épica secreta, oculta, de la vida cotidiana, que también asoma en mis novelas y relatos.
¿Cuáles son sus influencias en el género?
Siempre he leído poesía y la seguiré leyendo, sin duda. Recurro con frecuencia a los mismos autores, aunque eso no quiere decir que hayan influido directamente en mi trabajo. Por ejemplo, soy un rendido admirador de la poesía de Blas de Otero, pero su obra, tan brillante, me inspira como lector y no como escritor. Y podría decir lo mismo de Emily Dickinson o San Juan de la Cruz. También siento vértigo al leer poetas geniales como César Vallejo o Miguel Hernández. Me gusta la poesía clara, “legible” (que es, por cierto, un adjetivo que a veces se utiliza con los poetas, de forma injusta, para denigrar). Me siento cercano a Jorge Manrique, Luis Cernuda o Dámaso Alonso y, en otros idiomas, a W.H. Auden, Konstantin Kavafis, Philip Larkin o Wisława Szymborska. De entre los más recientes, me gusta la poesía de José Corredor-Matheos, Juan Luis Panero, Felipe Benítez Reyes, Luis Alberto de Cuenca, Julio Martínez Mesanza, Joan Margarit o Ben Clark. Y citaría autores más cercanos, a los que también regreso con frecuencia: Julián Borao, José Fernández de la Sota, Alberto Infante, Itziar Mínguez, Javier Alcíbar o Karmelo C. Iribarren.
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