Cuando se cerró la puerta él dijo:
–Creo que lo han pasado muy bien.
–Supongo –dijo su mujer–. Voy a fregar, tú recoge la mesa.
–No me des órdenes. Parece que estás enfadada.
–No estoy enfadada, un poco harta de que las cenas de amigos sean siempre en nuestra casa. Llegan sonrientes, con una botella de vino y un queso de regalo, se quitan los abrigos, y ya tienen en la mano la copa y el jamón. ¡Qué buena pinta!, dicen. Luego toman la sopa de pescado preparada por mí la víspera, los chipirones cocinados por la mañana y la tarta de manzana recién salida del horno.
–¿Te molesta? Son nuestros amigos. Y te lo agradecen.
–Trae primero los platos sucios. Siempre dices que lo de menos es la comida, que basta con una tortilla de patatas, que vienen a vernos, a charlar. Y yo te digo que vienen con hambre, que les gusta comer. Y beber. Y ya ves, se lo han comido todo. Y siete botellas, Y ¿de qué hemos hablado? Historias repetidas, chismes sobre gentes y familias que ni conozco ni me interesan.
–¿Te acerco las copas? –preguntó él.
–Sí, y todo lo que quede. No me voy a la cama hasta que deje la casa como antes de que llegaran. Habrá que pasar la aspiradora. Mira el suelo, hasta arriba de migas.
–¡Qué pesada eres! Qué agresividad. Has bebido.
–Cómo te gusta decirme que he bebido. Tú también has bebido.
–Si quieres friego yo la cazuela de chipirones, dijo él y añadió: ¡Qué agradable Marisa! La primera vez que viene a esta casa y qué simpática. Yo le conocía solo de una tarde que me la presentó Rafa en la calle.
–Sacude el mantel, por favor, y dóblalo. Yo es la primera vez en mi vida que la veía y, la verdad, me ha parecido bastante tonta.
–A mí me ha estado contando, ya me lo dijo el otro día, que su marido se ha liado con la secretaria y están divorciándose. Tienen dos hijos y ella, pobre, está sufriendo muchísimo.
–Recoge las bandejas, que voy a jabonarlas. Simpática y guapa será, pero tonta también. Y vulgar. Se ha chupado los dedos después de sorber una almeja de la sopa de pescado.
–Vosotras, siempre con el mal rollo de las guapas. En cuanto aparece una guapa, es imbécil o vulgar. ¿Qué más tengo que hacer?
–Escurre y pasa el trapo húmedo por la encimera.
–Lo último que hago, y me voy a dormir.
–No. No. Espera. ¿Sabes qué ha pasado? Cuando yo traía de la cocina la cazuela de chipirones abrasándome los dedos, Marisa, esa Marisa tan guapa y simpática, la pobre, en vez de echarme una mano, me ha tirado del brazo y me ha dicho: Tenéis una casa preciosa, tú cocinas de maravilla y tu marido está estupendo, buenísimo, para comérselo.
–¿Eso te ha dicho? –preguntó él
–Todavía quedan por secar los cubiertos y bajar la basura –dijo ella.
–¿Bajar la basura? ¿Quién? ¿Yo?
–Sí. Tú. Yo no puedo. Estoy mal. Siento angustia.
–¿Angustia? ¿Qué angustia?
– Es la diferencia entre tú y yo. Tú no conoces la angustia. Yo tengo una bola en el estómago, pero tú no sabes ni de qué hablo.
– ¿No te habrá molestado que Marisa dijera que estoy buenísimo? Esa suerte tienes porque yo soy tu marido.
–Guarda los cubiertos en el cajón. Te has pasado la noche preguntándole si quería más sopa, que si otro chipironcito, que si un poleo menta que en esta casa no falta o un gin tonic que los preparas de maravilla.
–Déjate de historias. Estás loca. Me voy a la cama.
–A mí no me apetece ir a la cama contigo. Tú también estabas borracho cuando se marchaban y en la entrada le has pasado el abrigo por los hombros y me ha parecido que le dabas un beso y le decías: Estás buenísima, estás para comerte.
–Estás loca. No se de qué hablas.
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