¿Te imaginas un libro donde, aparentemente, no pasa gran cosa pero te deja pegado a sus páginas? Una novela sin épica, donde no hay un héroe deslumbrante, tampoco se trata de un drama grandilocuente ni se exponen pasiones arrebatadas. Al contrario, desde la primera página se nos muestra a su protagonista, William Stoner, como un ser anónimo cuya existencia no ha dejado huella.
Nacido en Misuri en las postrimerías del S.XIX, el camino de Stoner parecía señalado: continuaría trabajando la tierra como sus padres y abuelos. Sin embargo, su destino se desmonta cuando obtiene una beca para ir a la universidad. Allí, cursa agronomía con la intención de introducir mejoras en la granja familiar pero, en clase del excéntrico profesor Sloan, tiene una epifanía al leer el soneto número 73 de Shakespeare. La composición le abre las puertas y ventanas del universo en el que orbitará el resto de su vida. La pasión por la literatura y dedicarse a su docencia es el único y gran acto de rebeldía que Stoner se permitirá el resto de sus días. Lo sé, la trama puede parecer aburrida, pero gracias a la prosa de Williams el libro resulta emocionante, conmovedor.
El protagonista absoluto es, por tanto, un profesor universitario aparentemente gris, falto de emociones y desentrenado en las pasiones humanas. Y, sin embargo, no podemos parar de leer poseídos por el presentimiento de que estamos asistiendo a la intimidad secreta y trascendente del que podría ser el vecino de al lado. Su existencia discurre en un normal y pesado fluir, siempre acompañada de la sensación de renuncia. Es el gran resignado que adopta la indolencia como mantra vital y, a pesar de ello, resulta un personaje con un punto tierno y difícil de olvidar (aunque a veces nos entren ganas de zarandearlo). Quizás, este sentimiento de decepción ante la vida y la torpeza con la que se comunica es lo que despierta nuestra empatía y conmiseración, pues ¿quién no ha sentido alguna vez la frustración de no haber llegado donde quería?
William Stoner decide aceptar la existencia estoicamente, tal cual es. Por eso, al final del relato, el viejo profesor puede reflexionar con benevolencia sobre los acontecimientos que marcarán su destino: la entrada en la universidad, su matrimonio, un amor truncado y, por último, la enemistad con otro profesor del departamento. No hay más hechos, y lo cierto es que tampoco hace falta. Ni siquiera debe importar este pequeño destripe porque no afecta en absoluto a la satisfacción que provoca deslizarse entre sus páginas. La incapacidad para conectar y comunicarnos con los demás, las consecuencias de una ética rígida o los efectos de la guerra y sus secuelas en la naturaleza humana, son asuntos que también se tratan a lo largo de esta potente novela que nos incita a reflexionar a través de la existencia corriente de su antihéroe No obstante, las preguntas que surgieron tras la lectura y posterior puesta en común de Stoner resultan muy poco corrientes para un lunes por la tarde, sin un vaso de vino o cerveza entre las manos; ahí está su magia. Cuestiones como… ¿El estoicismo es un valor pasado de moda en la sociedad actual? ¿Qué quedará de nosotros cuando ya no seamos? ¿Cómo nos recordarán? ¿Merece la pena entregarnos a aquello que más nos apasiona? Está última cuestión, para John Williams tenía una respuesta clara tal y como reflejó en una entrevista: su personaje no era un pobre diablo ni un triste, pues alguien que ha consagrado su vida en cuerpo y alma a aquello que más ama es un ser afortunado.
Valoración: ★★★★★ (5/5)
El veredicto del club de lectura:
La obra nos resultó fascinante y perturbadora al mismo tiempo por su continuo recordatorio de la pequeñez de la existencia, idea que se convierte en el estribillo incómodo de la novela. Celebramos su lectura, especialmente, por la ausencia de efectos especiales, giros de guion y otros artefactos tan de moda en las historias actuales. Es una gran lección de técnica narrativa sin trampas. Gracias a su sencillez las frases fluyen como los segundos de la vida de su protagonista. El magnífico estilo narrativo pausado, claro y elegante (aunque sin grandes alardes), resulta a ratos irónico y contiene una fuerza brutal para narrar historias mínimas, sinsabores y triunfos cotidianos que en manos de Williams alcanzan la trascendencia. Una obra tan redonda, tan profunda que desborda por momentos.
Stoner es una poderosa declaración de amor a la literatura con la que comulgamos.
Recomendado para:
Buscadores de joyas raras, amantes de la literatura, estoicos que no se dejan arrasar por el pesimismo y aspirantes a escritor.

Para mí, «Stoner» es la novela perfecta.
Más que la historia de un hombre gris, es la crónica de un hombre profundamente honrado y coherente que elige militar no en las filas de la guerra, sino en las de la literatura y el conocimiento. Un hombre cuya férrea voluntad y rectitud suscitan la envidia de los mediocres y corruptos, y que sufre su acoso con una dignidad inquebrantable.
Williams nos muestra que la verdadera épica no está en los gestos grandilocuentes, sino en la integridad cotidiana, en la fidelidad a uno mismo y a aquello que se ama. Stoner no es un resignado: es alguien que ha elegido su batalla y la libra cada día en silencio, con una valentía que los demás no alcanzan a comprender.
Es interesante la reflexión hacia la filosofía estoica que cada vez se hace más evidente en esta sociedad de banalidades impuestas y reflexiones copiadas.
Una maravilla de obra, coincido totalmente; cuando lo lees caes rendida. Es un personaje y una obra inolvidables.
Una maravilla de obra. Cuando empiezas no puedes parar. El personaje y la obra son inolvidables.
Muy bien resumido Cris.
Ha sido precioso conocer a Stoner y compartirlo con vosotras.
Gracias
Me encantó ver cómo, a lo largo de una vida “normal y corriente” y sin ningún éxito, el protagonista supo reconocer aquella actividad suya que lo había hecho sentirse dichoso y afortunado.
Y me gustó muchísimo cómo el autor inserta en el contexto del relato la atmósfera vivida en el campus universitario durante las dos guerras mundiales. Y cómo el texto invita a reflexionar mientras se lee. Una gozada.
No he leído la -seguro- magnífica sinopsis de Cris Pascual, porque quiero que el libro me sorprenda.
Su puntuación de 5/5 es suficiente.
A por la novela!!!
Novela de personajes, narrada mediante certeras descripciones de sus actitudes vitales e interrelaciones que van hilvanando un drama en un medio difícil digamos para el “entretenimiento”.
Clásica para su tiempo, la época, el lugar, las vicisitudes del protagonista y de quienes le rodean componen un cuadro de atmósfera un tanto quizás costosa de respirar…
Pero ocurren muchas cosas, todo muy humano, identificable, que nos incumbe y nos atrapa como una corriente subterránea —esa familiar procesión que va por dentro de todos nosotros.
Me resultó admirable la destreza con que el autor desgrana a lo largo de las muchas páginas de la novela, imparable, los momentos en la vida de Stoner: amigos, guerra y muerte, encuentro con quien será su esposa y frustración, hija, momentos de felicidad, amor a la literatura, batalla profesional, aventura amorosa, triunfo académico, etc.
John Williams estructura su novela Stoner en 17 capítulos numerados. El comienzo es impactante y ya nos prepara para lo que será el tono general del libro: la vida de un profesor, la escasa estima que los demás tuvieron sobre él y la poca repercusión que tuvo su trabajo sobre colegas y estudiantes. Esos dos primeros párrafos espléndidamente escritos, son un ejemplo de concisión. Un narrador omnisciente empieza describiéndolo después de su muerte y cuenta su vida cronológicamente, dejándonos un bosquejo esencial desde el que situarnos.
Su padre, un granjero de Booneville, le insta a instruirse, porque cada año la tierra es más estéril y seca, y el representante del condado le ha hablado de una carrera donde se estudian nuevas formas e ideas para revitalizar la agricultura. Stoner hace pocas preguntas: “¿Cuesta dinero?, ¿Piensa que podrán apañarse aquí solos? ¿Mamá?” Y ella contesta: “Haz lo que diga tu padre” y repite una nueva pregunta: “¿De verdad quieren que me vaya?” El padre responde: “Tu madre y yo nos apañaremos” Y ese fue el discurso más largo que había escuchado a su padre jamás. Va a vivir con unos primos de su madre a Columbia, los Foote, a los que, a cambio de alojamiento y comida, ayuda con los animales y después asiste a clases en la universidad. Y todo esto ocurre en la tercera página del libro. El escritor muestra una pericia extraordinaria en el manejo del tiempo narrativo, haciendo en pocas líneas resumen de años e incidiendo en momentos puntuales sobre hechos decisivos en la vida del protagonista.
Otro momento cardinal y bellísimo es cuando el profesor Archer Sloane le pregunta el significado del soneto 73 de Shakespeare: “El señor Shakespeare le habla a través de 300 años señor Stoner, ¿le escucha?” Los lectores estamos seguros de que ha entendido el tema de la finitud, la aceptación que conlleva la vejez, la mortalidad tras el otoño… pero Stoner se queda como extasiado, sin palabras, con la mirada ausente y las manos elevadas en el aire. Expresión que motivó a Sloane a ayudarle a decidirse por su orientación profesional. La literatura que jamás abandonó, fue sostén, abrigo y compañera de vida.
Cuando sabe que nunca volverá a la granja porque el estudio le ha atrapado para siempre, el narrador nos dice: “Pensaba en sus padres y le eran casi tan extraños como el chico que habían criado; sentía por ellos una mezcla de piedad y amor distante” En ese adjetivo “distante” empezamos a comprobar la quiebra emotiva que produce la clarividencia en algunas personas. Cuando les dice a sus padres que no volverá a la granja, se percató de que su madre “Estaba sollozando, profundamente y en silencio, con la pena y la extrañeza de alguien que rara vez llora”. Una vez licenciado, vuelve a la granja y comprueba que sus padres han contratado a Tobe, un trabajador negro muy competente. Parecían contentos, “pero no se le ocurría nada que decirles, ya se había percatado, sus padres y él habían comenzado a ser extraños y se dio cuenta de que su amor por ellos crecía con la pérdida”. Libre de las ataduras con el pasado, se centra en la vida universitaria: “Empezó a molestarle el tiempo que tenía que invertir trabajando en la granja de los Foote. Habiendo accedido tarde a los estudios, sentía ahora urgencia por estudiar. A veces, inmerso en sus libros, le venía a la cabeza la conciencia de todo aquello que no sabía, de todo lo que no había leído y la serenidad con la que trabajaba se hacía trizas cuando se daba cuenta del poco tiempo que tenía en la vida para leer tantas cosas, para aprender todo lo que tenía que saber”. Me ha sorprendido la facilidad que muestra el escritor para reflexionar sobre cualquier aspecto de la vida. Está claro que los humanos no sabemos mucho en profundidad sobre casi nada, por eso nos es necesario trabajar tanto, sobre todo para aprender a soportar nuestra propia ignorancia.
Sin incidir en profundidad, entrelaza la historia vital de Stoner con el momento político en el que se inserta. Así, comienza el segundo capítulo nombrando el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo e introduce la Primera Guerra Mundial y los alistamientos. En el transcurso de la historia también nos habla del Crack del 29, de la Segunda G.M., de la española del 36 y de la de Vietnam. Stoner tiene dos amigos, Gordon Finch y David Masters, con los que toma cervezas y hablan sobre literatura. Ambos deciden alistarse y le presionan para que lo haga. Ya se sabe, el sacrificio heroico siempre ha tenido mucho éxito. Stoner pide opinión a Sloane, que responde con esta sugerente frase: “Debe recordar lo que es, lo que ha elegido ser y el significado de lo que esta haciendo. Hay guerras, derrotas y victorias de la raza humana que no son militares. Recuerde eso mientras intenta decidir qué hacer”. Decide no alistarse y al poco tiempo recibe la noticia de la muerte en Francia de su burlón amigo David Masters. Tiene varias exhortaciones curiosas sobre la muerte, así en la pág. 42 escribe: “Se preguntaba otra vez por la manera sencilla y elegante con la que los líricos romanos aceptaban el hecho de la muerte, como si la nada a la que se enfrentaran fuera un tributo a la riqueza de los días que habían disfrutado y se maravillaba por la amargura, el terror, el apenas disimulado odio que encontró en algunos de los últimos poetas cristianos de tradición latina cuando miraban a la muerte que prometía, algo vagamente, una vida eterna rica y en éxtasis, como si muerte y promesa fueran una burla que agriaba los días de los vivos”. Me encantó este agudo comentario sobre cómo se asume la muerte entre cristianos y no cristianos.
Stoner es una obra profundamente filosófica porque trata temas vitales como el amor, la vida, la muerte, la justicia, la libertad, la ética… temas que nos conciernen a todos. La filosofía es asombrarnos, preguntarnos ¿por qué pasa /hago /pienso / siento… esto? Estamos ante una novela con muy pocos diálogos, pero curiosamente hay numerosas conversaciones mentales entre el protagonista y su cabeza. Reflexiona, se pregunta, hay cuestionamiento de sus actos… Parece que todo este proceso debería llevar a la revelación del sentido de la vida y de la propia identidad, pero no. El conocimiento en sí mismo aumenta la ignorancia, aunque normalmente pensamos que la reduce. Nos hace más conscientes de lo que nos falta por alcanzar. Sócrates tenía razón con su «solo sé que no sé nada».
Los personajes que componen Stoner son pocos, en su mayoría varones del ámbito universitario. A todos ellos, aún a los más secundarios, les adjudica una relevancia en su descripción: el negro Tobe, del que remarca su fuerza y disposición para el trabajo; el profesor Archer Sloane; sus amigos David Masters y Gordon Finch; su colega Holis Lomax; el listillo Walker al que dedica muchas líneas; Josiah Claremont, vicerrector en cuya casa conoce a Edith; los padres de ella; su tía Emma Darley; Edward Frye, marido de su hija Grace; el matrimonio Foote. Stoner es un hombre como todos, con limitaciones, contradicciones, fracasos… que trata de comportarse de modo discreto, digno y consecuente. El autor incide en esa pequeña e insignificante vida que puede ser la de cualquiera de nosotros para que haya una inmediata identificación con el lector.
Stoner se editó en 1965. De 1960 a 1980 hubo un período frenético de actividad y pensamiento feminista en EEUU que el autor conocía (y quizá sufría) con absoluta certeza. Ante la sorpresa de muchos señoros, la segunda ola del movimiento feminista norteamericano fue fundamental e influyente para todo occidente, reclamando derechos más allá del de sufragio que se reivindicaba en la primera ola. Así es como, además del derecho al voto y a la propiedad, se incorporaron luchas sobre aborto, igualdad salarial, equidad educativa, leyes para propiciar la discriminación positiva en sanidad, empresas y universidades, sobre desigualdades jurídicas y sociales, sobre la violencia doméstica, la violación conyugal, la admisión de mujeres en el ejercito… Betty Friedan, «madre del movimiento», publicó La mística de la feminidad. Gloria Steinem, trabajo encubierta de conejita en el Club Playboy redactando un diario que la hizo la figura más influyente del movimiento. En 1965 Casey Hayden y Mary King publicaron «Sex and Caste: A Kind of Memo», detallando la desigualdad de las mujeres en el seno de la organización de derechos civiles SNCC. En junio de 1967 Jo Freeman creó un boletín que llamó Voz del movimiento de liberación de las mujeres que circuló por todo el país (y en algunos países extranjeros) En 1967 se creó el New York Radical Women. Fue fundado por Robin Morgan, Carol Hanisch, Shulamith Firestone y Pam Allen. Para entonces ya se conocían las obras más representativas e icónicas de escritoras como Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Ursula K. LeGuin… Ibsen ya había hecho dar un portazo a su Nora para abandonar su estatus de “muñeca”. Es tan misógino el tratamiento que John Williams da sobre las mujeres en esta novela, que me ha parecido oportuno contextualizar su redacción para no aducir eso de que “eran otros tiempos”. Hay muy pocos personajes femeninos: su madre, la esposa (Edith), su hija Grace, la amante Katherine Driscoll, la tía de Edith (Emma Darley) y la mujer de Finch (Caroline Wingate). Seis mujeres que serán descritas todas ellas desde una superioridad moral e intelectual humillante. Ahí todo lo que tiene de compasivo, tranquilo y estoico el protagonista desaparece para mostrar a un hombre rodeado de mujeres a quienes considera seres inferiores, desequilibradas y débiles. Vayamos una a una. De su madre, granjera y fuerte por fuerza de su origen y trabajo, además de sollozar, solo la hace decir una frase: “Haz lo que diga tu padre”. Una respuesta que para nada encaja con el prototipo al uso. Si algo necesitan ser por fuerza las mujeres rurales es asertivas, con criterio, ya que tienen que tomar un montón de decisiones en el día a día. Tratamiento frío y desvaído que también da al resto de los personajes secundarios femeninos: la tía de Edith, a la que define por la posición de su difunto marido, y la mujer de Finch, Caroline, “Una chica pequeña y oscura, de rostro redondo y sonriente…”. Nada más presentar Finch a Caroline, les pregunta a Stoner y Edith: “Bueno, ¿qué os parece?” y no se refiere a su novia, que les acaba de presentar, sino al coche en el que venían. ¡En fin! Yo a esto le llamo los lapsus que delatan el pensamiento macho. El retrato de Edith es tan hiriente y perverso que duele. En toda la novela, no hay un solo comentario sobre algo que haga bien. Ella se mata para dejar la vieja casa reluciente, lijar, pintar… pero el la trata de enajenada obsesiva. Debe releerse para captar la sutileza con la que nos describe al personaje. Antes de la boda, el narrador dice: “Según fue conociéndola mejor supo más de su infancia y llegó a darse cuenta de que era la típica chica de su época y circunstancias /…/ Su instrucción moral, tanto en los colegios a los que fue como en casa, eran de naturaleza negativa, de propósito prohibitivo y casi únicamente sexual /…/ Así que creció con un débil talento para las artes más remilgadas y sin conocimiento de la necesidad de vivir el día a día. Sus bordados eran delicados e inútiles…”. Para explicar el fracaso de la luna de miel escribe: “Llegaron al matrimonio inocentes, pero inocentes en maneras profundamente diferentes. Ambos eran vírgenes y eran conscientes de su inexperiencia pero mientras William, habiendo crecido en una granja, tomaba con naturalidad los procesos instintivos de la vida, estos eran profundamente misteriosos e inexplicables para Edith. No sabía nada de ellos. Y había algo en su interior que no deseaba conocerlos”. Lo explica como si el rechazo de Edith se debiera a una falta de formación vital natural que Stoner sí tiene. Jamás hablará con ella, nunca la preguntará cómo mejorar. El silencio se instaura entre ellos como si nada pudiera cambiarse como si él debiera soportar con magnanimidad su tara: “Al mes él sabía que su matrimonio era un fracaso, al año dejó de esperar que mejorara. Aprendió a callar y no persistió en su amor”. Un poco más adelante, en un intento por victimizar aún más al protagonista, nos dice que cada vez que él se acercaba en la cama: “Si ella estaba lo suficientemente despierta se tensaba y se ponía rígida, moviendo la cabeza hacia un lado en un gesto familiar y enterrándola en la almohada, aguantando la violación”. ¡Fuerte, ¿eh?! Esta “benevolencia” que le debiera hacer más proclive a la bondad, le hace encerrarse en su mundo universitario cada día más absorbente. Si no hablas ni discutes un problema, no das la oportunidad al otro de defenderse, de explicar lo que le ocurre. Él analiza a Edith con una visión de superioridad, de condescendencia. El autor nos hace pasar por ecuánime, estoico y perjudicado a Stoner, cuando en realidad él se inhibe bajo la apatía emocional haciendo que nada le afecte o conmueva. El autor nos deja entrever poco sobre cómo afecta esa inoperancia en Edith, pero el lector perspicaz lo intuye. Porque vivir con un indolente es la soledad más cruel. Con un cinismo brutal, retrata un protagonista compasivo, con muestras de paternalismo hacia alguien incapaz de entender ni adaptarse a la realidad. Enmascara su desidia emocional con la sobreprotección. No indaga, no insiste, no tiende puentes. Se aísla y finalmente se refugia en otro amor que, por encima de Katherine, es la literatura. Con respecto a Katherine, en la pág. 181 escribe: “Una noche, casi hacia el final del tiempo que pasaron juntos, Katherine dijo con tranquilidad, casi ausente, «Bill, si nunca tuviéramos nada más, habremos tenido esta semana. ¿Suena como muy de chicas decir esto?» «No importa cómo suene», dijo Stoner. «Es cierto». «Entonces lo diré», dijo Katherine”. Parece que estas mujeres sean “memas” que necesitan su aprobación continua. Más adelante, cuando Finch le informa que Lomax puede perjudicarles, se da este diálogo: “¿Y qué pasa con Edith? ¿Crees que va a dar su brazo a torcer, a concederte el divorcio sin plantar batalla? ¿Y Grace? ¿Qué será de ella, en esta ciudad, si dimites? ¿Y Katherine? ¿Qué tipo de vida llevaréis? ¿Qué será de vosotros? Stoner calló. Por dentro le estaba empezando a crecer un vacío; sentía una debilidad, un desmayo. Por fin dijo «¿Me das una semana? Tengo que pensarlo, ¿Una semana?»”. Cuando habla la pareja sobre su situación el dialogo es muy revelador del carácter de Stoner: “Se quedaron callados un momento. «Sabes que si hubiera algo… lo que sea que pudiera hacer, yo…». «No», dijo ella. «Por supuesto que lo sé». Él se reclinó en el sofá y miró el techo bajo y oscuro que había sido el cielo de sus vidas. Dijo con calma «Si lanzara todo por la borda, si dimitiera, si simplemente fuera… vendrías conmigo, ¿no?». «Sí», dijo ella. «Pero sabes que no lo haré, ¿verdad?» «Sí, lo sé».” Y es tan aclaratorio de su personalidad que me dejó pasmada. Y aún remarca más su desgana a tomar decisiones diciendo: “«Por que a la larga», dijo Stoner, «no es ni Edith ni siquiera Grace, o la certeza de perder a Grace, lo que me mantiene aquí, no es ni el escándalo ni lo que me dueles, no son los obstáculos que tendríamos que superar, ni siquiera la pérdida del amor que tendríamos que afrontar. Es simplemente la destrucción de nosotros mismos, de lo que hacemos». «Lo sé», dijo Katherine”. Como mujer lista, lo conoce bien. Ya la ha dejado claro que no se va a mover. Es ella la que toma una decisión que él jamás tomará: se sacrifica y presenta la dimisión, dejando trabajo y proyectos universitarios. El remate de este capítulo es bestial: “Debió de haber preparado su marcha durante algún tiempo, pensaba Stoner y agradecía no haberlo sabido y que ella no le hubiera dejado una nota final explicando lo que no se podía explicar”. Por último, sobre su hija Grace: “A Stoner le hubiera gustado ver más a su nieto, pero no mencionaba este deseo. Se había dado cuenta de que la marcha de Grace de Columbia -quizás incluso su embarazo- era en realidad la huida de una prisión a la que ahora regresaba por su bondad indeleble y su generosa buena voluntad”. Luego nos la describirá como una mujer herida y débil (una más) que se ha dado a la bebida y que delega el cuidado de su hijo en los abuelos paternos con quien vive.
Daniel Oliver popularizó el término corriente de conciencia para describir el estilo que nos habla de los procesos mentales. Con este método narrativo el autor indaga en los pensamientos y sentimientos que ocupan la mente de los personajes. Nos permite adentrarnos en su psique, viviendo los deseos, ambiciones, fragilidades, éxitos, frustraciones… que componen una vida. Williams utiliza una prosa clara, directa, desprovista de artificio, con palabras sencillas de uso corriente, economía lingüística que enriquece el texto y que agradecemos los lectores. El ritmo que requiere este estilo es necesariamente lento, pausado y constante.
Decía Nietzsche refiriéndose al estoicismo que el decir sí a la vida (amor, amistad, belleza, disfrute…) implica también decírselo a la enfermedad, la traición, la muerte, la miseria. Esa supuesta ataraxia o imperturbabilidad frente a las desgracias no le hubiera impedido a Stoner separarse de Edith. Podría haber mantenido su estoicismo aunque se fuese con Katherine. Su paz interior no se hubiera resentido si habla con su hija y no cede al distanciamiento. ¿Por qué no lo hizo? Es verdad que Stoner nunca se muestra arrogante o pretencioso. Lo mismo sabe mantenerse en la cima como en el más hondo dolor, sin apenas inmutarse. Sin embargo, es un error corriente confundir el control de las emociones con la negación emocional. El “no sentir” no es estoicismo. Los estoicos no decían: “no llores /no sientas /no te deprimas /deja que todo te pase por encima sin inmutarte”. Lo que decían es que no nos dejemos arrastrar y que gestionemos bien los sentimientos. A veces, centrarse demasiado en lo que podemos controlar, nos hace indiferentes a problemas de quienes nos rodean. Es bueno mantener la calma en mitad del caos, pero sin olvidar el necesario coraje para asumir eso externo que nos rodea e interpela.
El final de esa muerte sobreviniendo me ha conmovido: “Comprendía que su mente debería debilitarse cuando su cuerpo se consumiera, pero no estaba preparado para esa rapidez. La carne es fuerte, pensó, más fuerte de lo que imaginamos. Siempre quiere continuar. /…/ Notó también, con la bocanada que tomó, un cambio en algún lugar de su interior, un cambio que detenía algo y se fijaba en su cabeza para no moverse. Luego se le pasó y pensó: Así que es así. Se le ocurrió que debía llamar a Edith y luego supo que no la iba a llamar. Los moribundos son egoístas, pensó, guardan sus momentos para ellos, como niños”. Él era experto en guardar momentos para sí mismo.