FERNANDA TRÍAS – MUGRE ROSA. LA BELLEZA DEL DESASTRE

por | Nov 7, 2025 | Club Lectura | 6 Comentarios

Calles desiertas, hospitales colapsados y hogares convertidos en jaulas. Tras haber vivido la crisis del covid el escenario que plantea Mugre Rosa no resulta difícil de imaginar. Ambientada en una ciudad portuaria, Fernanda Trías ideó su particular premisa antes de la pandemia. En su novela, el mal no lo encarna un virus desconocido, sino una plaga al más puro estilo bíblico: el viento enloquece, la niebla destruye, las aves desaparecen y quienes enferman pierden la piel, como los leprosos del Testamento. Pero las personas no comen panes y peces – imposible cuando la vida marina se ha extinguido – sino una mugre del mismo color del cielo, rosa, un engrudo alimentario que sustituye la carne.

La autora, lejos de poseer poderes místicos, empleó en su profecía males de la sociedad contemporánea presentes desde hace décadas. El cataclismo global se plantea posible si el capitalismo salvaje y el consumismo extremo siguen poniendo en jaque la supervivencia de la naturaleza. Sin embargo, el verdadero interés de la uruguaya no reside en las causas ecológicas, sociales o políticas del desastre, sino que se sirve de éstas para crear un escenario asfixiante. La protagonista de Mugre Rosa se enfrenta al fin de todo cuanto conoce. El paralelismo entre el derrumbe interior del personaje y del mundo exterior queda claro, puesto que el verdadero foco de la historia está en los aspectos psicológicos: los vínculos humanos, la pervivencia de la memoria o la maternidad. El telón de fondo apocalíptico combina a la perfección con los lazos que unen a la protagonista con sus secundarios; todas las relaciones que conocemos de esta mujer sin nombre son tan tóxicas como las algas que flotan en el río: una madre con la que mantiene una relación tormentosas e insatisfecha, un exmarido ingresado como enfermo crónico al que sigue visitando y Mauro, el niño-monstruo al que cuida a cambio de dinero, un pequeño obeso que padece un extraño síndrome por el cual su hambre jamás se sacia. Este último nos resultó el personaje más interesante pues, de nuevo, la autora, establece un paralelismo entre la gula sin freno del niño y el consumismo compulsivo que ha llevado al desastre. Sin embargo, la mujer no parece que quiera escapar de sus tormentosas relaciones, como tampoco escapa de una ciudad agonizante que todos abandonan.

Todo suma para que el lector se sienta invadido por un desasosiego que no cesa durante la narración. El ambiente opresivo que consigue Trías está tan logrado que algún miembro del club desistió de su lectura (aquí no se juzga, bastante miedo dan ya los telediarios). A pesar de la atmósfera inquietante propia del desastre, la lectura fluye gracias a la prosa poética, rica en recursos literarios y acertados diálogos.

Valoración: ★★★ (3/5)

El veredicto del club de lectura:

El club reconoce la calidad técnica y la belleza del estilo de Fernanda Trías, pulcro y poético, de modo que genera un curioso contrapunto entre continente y contenido. No obstante, hubo una decepción generalizada por la falta de evolución en el personaje principal, mujer triste y depresiva que no sale de su propio bucle, atrapada por sus recuerdos y que simplemente se deja llevar por los acontecimientos, una superviviente al ralentí en espera de no supimos muy bien qué. Esta falta de objetivos y la escasa iniciativa hicieron, incluso, que en algunos casos la mujer sin nombre nos cayera «gorda». A Trías, desde el cariño y la humildad, le recomendamos la relectura de Stoner, el vade mecum literario en la creación de personajes.

Recomendado para:

Aficionados a las películas de desastres y las distopías, yonkis del desasosiego y lectores en busca de novelas diferentes. Amantes de la poesía en busca de emociones fuertes. Advertencia: No apto para depresivos y personas que utilizan la literatura como un amable refugio.

6 Comentarios

  1. Noe

    Perfectamente descrito. Me han entrado ganas de leerlo otra vez!

    Responder
  2. Zuriñe

    Fernanda Trías es una escritora uruguaya residente en Bogotá a la que he oído decir que «el lenguaje poético es una forma de resistencia”. Y me vino a cabeza: ¿resistir el qué, frente a qué, frente a quién? Su novela Mugre rosa se desarrolla en un mundo colapsado por los excesos consumistas: más basura que animales, más humanos que árboles, más dióxido de carbono que plantas para poder fotosintetizarlo. Como resultado nos pinta una realidad, no tan futura, en la que los animales desaparecen. Primero son los peces, luego los pájaros, se tienen que criar animales raquíticos para poder hacer la mugre rosa, las algas se adueñan del mar anegando la vida y sembrando el aire de esporas rojas que inhaladas por los seres vivos les hacen enfermar y morir, el cielo se encapota de niebla pegajosa o de vientos asesinos. No llueve. Hay dos espacios, uno en la costa donde reina el caos y la desesperanza y otro “adentro”, en el interior, en el que exactamente no sabemos cómo están y al que para ir se necesita un visado sanitario que no se consigue con facilidad.
    La protagonista y narradora es una mujer joven, anquilosada en su realidad, incapaz de tomar decisiones que la hagan salir del momento que la constriñe. Solitaria, triste, depresiva, con un regusto por retrotraerse al pasado y echar cuentas de la mano del rencor, sin amigos, con una necesidad abrumadora de sentirse querida y necesitada. Clave en su vida es la relación que mantiene con su madre Leonor, una mujer vital, a la que le gusta leer, tener amigas, hacer repostería, que ha ejercido de jueza, tenido amantes, cuida un jardín, planta vegetales, alquila una casa que la hace sentirse confortable, cuida de su hija en la distancia. Ella, sin embargo, la miente, la cuestiona, la rechaza íntimamente y la compara con Delfa, la persona que la cuidó de niña y a la que ella siempre ha tenido como su verdadera madre. Recuerda constantemente los cuidados de Delfa y su forma de acariciarla al peinarla. Me gustó leer algo a lo que también me obligaba mi abuela: «De niña, Delfa me obligaba a darle un beso al pan antes de tirarlo, incluso si se trataba de pan duro, porque Dios castigaba a quienes tirasen un pan a la basura sin antes besarlo» (pág. 50) Otro eje del resentimiento hacia la madre es que no la dejara despedirse de Delfa en su entierro. Cuando su madre la pregunta sobre el dinero para poder irse a Brasil, ella no la contesta que tiene mucho más de lo que necesitan. Tampoco la dice la verdad sobre su ex, Max, de quien relata en la pág. 69: «…había empezado a cuidar a Mauro los fines de semana para pasar el menor tiempo posible con Max. Aún vivíamos juntos, pero nuestra relación no era más que una madriguera del rencor». Aunque tenga todo el tiempo del mundo, no lee los libros que va a buscar a casa de su madre. Pág. 106: «Me echaba en el sillón a hojear uno de sus libros, pero no lograba pasar de las primeras páginas. Buscaba anotaciones en los márgenes, algo que me pudiera dar una pista de ella, las cosas que le interesaban o la herían. ¿Quién era ella cuando no estaba conmigo? ¿En qué consistían sus otros personajes, el de vecina, el de amiga, el de amante?». La madre no quiere irse sin ella. Cuando al final la hija pone el dinero en su mano para que pueda irse, ella lo rechaza demostrando que si no se ha ido antes no es porque no tenga recursos, sino porque quiere irse con ella. Parece como si la gustara sufrir. Poner por delante el complacer antes del disfrutar, lema que es representación de la mujer tradicional, abnegada, cuidadora, incapaz de tener vida propia y objetivos personales y egoístas porque la harían sentir culpable. La madre simboliza la mujer sin complejos, que sabe lo que quiere y lucha por conseguirlo, que tiene ideas propias, metas a conseguir, que tiene todo tan claro que trata de hacer entender a su hija la realidad, salvarla de su propia desidia, de su absurdo martirio. En la pág. 25 la dice: «La resignación no es un valor. Hay que luchar por lo que se quiere en esta vida». Al final, la protagonista suelta los billetes desde la ventana para verlos volar, no sabemos qué la mueve, por qué razón demora el irse desoyendo a su madre. Al principio entendemos que quizá sea Mauro la razón de quedarse, pero al recogerle su madre nos damos cuenta de que ella no reacciona. Quizá prefiere su cotidianidad desquiciada a ese algo incierto e imprevisible. En la pág. 66 ella piensa: «…las manos de Delfa eran otra certeza, igual que los veranos en San Felipe, y no había nada que yo ansiara más que eso, lo predecible de las cosas».
    Me han impresionado mucho algunas ideas que se repiten obsesivamente a través de la novela: la idea de los límites entre dos cosas, entre dos realidades, entre dos cuerpos…; el concepto de espacio y distancia; los comentarios que hace sobre los bordes, el centro, la nada, el infinito, el olvido y, sobre todo, el silencio. Me recordó la película Sirat y esa obsesión que también Óliver Laxe muestra por líneas, espacios, geometrías que se mueven trepidantes al ritmo de la música raver. Hay frases tremendas como la de «La mente es un lugar peligroso» (pág. 75) o «¿Qué es el silencio? La pausa entre un pensamiento y el siguiente» (pág. 237) Tengo ganas de leer su último libro El monte de las furias, en el que una chica trabaja cuidando la linde de un terreno montañoso y solitario. También esta protagonista es hija de una madre bárbara. Al parecer, otra neura de esta escritora son los pájaros. Víctor Gómez, taxista viejo que trata de ganar dinero para su hija Adelina que estudia “adentro”, vendía, criaba y cuidaba pájaros.
    Estilísticamente me ha gustado encontrarme los koan antes de cada uno de los 26 capítulos. El koan es, en la tradición zen, una breve historia, diálogo o pregunta que puede parecer algo sin sentido, absurdo o desconcertante. Para entenderlo, más que seguir un hilo lógico o racional, se insta a la comprensión intuitiva o espiritual.
    El primer capítulo ya me enganchó con ese falso comienzo del pececillo que se elevó en el aire para volver a caer al agua. Me gustó mucho cómo nos hizo partícipes de sus dudas y su honestidad al no adjudicar al relato un augurio o señal de lo que vendría después. Es cierto que, al negarse a dar ese augurio, lo confirma. Ya desde el principio usa una serie de vocablos que avasallan al lector por la extrañeza, pero que enseguida se entienden: el Clínicas, epidemia, máscara, evacuación, templo masón, el fenómeno del Príncipe, los vasitos de Carnemás… El despliegue de voces de la jerga uruguaya enriquece el texto: terminaciones verbales («¿qué tenés?», «vení a ver esto», «¿podés?»), adverbios («acá» ), sustantivos (chirola [moneda de poco valor], linyera [vagabundo], changuito [chiringuito], palta [aguacate], escon [bollito], curita [tirita], overol [prenda de vestir que cubre todo el cuerpo excepto cabeza y manos], placar [armario], carpincho [capibara], frízer [congelador], frazada [manta], gurises [del guaraní Ngirí =niño]), verbos (despercutir [lavar]), expresiones («como si recién entonces…», «si un cristiano se pone lagañas de perro en los ojos…»-65). Usa un montón de términos del mundo de la pesca y el mar: reel, tanza (sedal), lisa (pez fluvial), cinchar (asegurar, reforzar), boto (delfín gris al nacer que se vuelve rosa), pacú (pez con dentadura humana) ¡Maravillosos!
    Otro recurso que me ha parecido acertado y original es el contarnos algo ya pasado conjugado en futuro simple. Comienza en la pág. 110 y recurrirá a él en otras ocasiones.
    La novela deja un sabor acre. La leí con avidez y me gustó a pesar del tono tan lúgubre. Hay escenas que se quedan en la retina como el día que, buscando almacenes de comida, sube a un piso donde un pájaro enorme en una jaula inmensa tiene las alas cortadas y los ojos y pico llenos de una sustancia purulenta que le impiden ver o moverse (pág. 215) y ella se dice a sí misma: «¿Quién te necesita tanto?»
    Cuando un texto no se entiende a la primera y se nos hace difícil de interpretar, decía Juan Villar, mi profesor de crítica literaria en la Universidad de Deusto, que se hacía necesario analizarlo desde diferentes niveles: el literal, el simbólico, el moral y el anagógico. Si bien el simbólico (el pájaro en la jaula, la niebla, la desconfianza hacia todos, ese gobierno ineficaz, los peces y las algas, los dos espacios contrapuestos de la costa y el adentro, el niño enajenado que se come todo, incluso sus propias manos…) da mucho juego, es el moral el que más nos involucra como responsables de algo que está a punto de ocurrir y que se parece bastante a lo que Fernanda Trías nos describe en la novela. ¿Es casual y fruto del azar lo que ocurre en la novela? ¿Y nuestra realidad, por ejemplo con esas riadas últimas por todo el Estado? ¿No creéis que nos parecemos bastante a esa protagonista que cierra los ojos para no tener que tomar decisiones? Porque… ¿Cuántas veces hemos viajado en coche, avión… solo por llenar un vacío? ¿Por qué compramos por compulsión, sin necesidad real? ¿Por qué tiramos cosas sin darlas una segunda oportunidad? ¿Cuántas veces hemos gastado en regalos por cumplir un rito social? ¿Nos hemos molestado en conocer nuestra huella de carbono? Se que la mía es de 6.8 toneladas CO2/año y eso que tengo muy en cuenta el reciclaje, las compras, la alimentación, los desplazamientos… La flygskam escandinava o vergüenza de volar no ha tenido apenas impacto en el Estado español, cuando el transporte aéreo representa un porcentaje altísimo en las emisiones mundiales. Este libro nos ayuda a pensar sobre nuestras decisiones, nuestras prioridades, nos interroga sobre los valores que estamos cultivando. Debemos mirar más allá de lo inmediato y tangible. No hace falta entender todo a la primera. Es más, ayuda el no entenderlo para poder repensar y profundizar sobre qué nos dice de la naturaleza, la justicia, la convivencia, la esperanza o la falta de ella. La autora no tiene una postura combativa, pero sí deja claro el panorama.

    Responder
  3. Jesús M. Higuera

    Descripción de un mundo distópico cuya densidad simbólica resulta agobiante.
    El detonante se activó antes y ahora se vive virtualmente en plena deflagración, mostrando todo lo que podemos aguantar.
    Mugre, desastre total, nada escapa al deterioro y la ruina, la devastación y la adversidad: meteorología, tierra, mar y aire, animales, plantas y personas, economía, paisaje, televisión, política, objetos, casas, calle, basura, coches, putrefacción.
    Los personajes son meros resultados de un siniestro mosaico del absurdo visceral.
    La magnitud del cataclismo hace inverosímil que la idea de viajar a otros reinos resulte liberadora, tampoco hacia el interior, ni incluso hacia el norte ¡hasta caerse del país (sin nadie allí a quien darle recuerdos de nuestra parte)!
    Parecería que la narradora necesitase para subsistir bocanadas de otro tipo de conciencia cada cierto tiempo, entre un capítulo y el siguiente, esas breves interrupciones en el discurrir del relato.

    Responder
  4. Puri

    Gracias Cristina, una reseña estupenda. A mi me ha gustado su manera de escribir pero la inactividad de la protagonista desespera y da ganas de empujarla hacia cualquier toma de decisión. Echo de menos una actitud más crítica de la escritora respecto al aspecto social o ecológico. Un saludo

    Responder
  5. Carmen

    No conocía a esta autora que, al borde de la cincuentena, expone una trama más propia de alguien veinte años mayor, en mi sentir. Y es que creo que si lo hubiera leído a la edad de la escritora habría opinado como nos cuenta Cris que lo hicieron en la reunión del club. Reunión a la que, por cierto, no pude acudir por un imprevisto. Pero lo he leído a la edad que tengo ahora y me ha gustado bastante.

    Pensé al principio que el tema era la soledad interior, y que usaba la catástrofe ecológica solo como contexto. Luego le añadí otra capa: la protagonista construye su identidad en base a las viejas memorias familiares, de la niñera, y las laborales. Nos muestra su empatía con el taxista y busca a la hija de este ingresada, se esfuerza por mantener los lazos con la madre y su ex, el marido de la niñera, el niño enfermo de Enfermedad de Prader-Willi que cuida por temporadas.

    No es una solitaria. Pero se resiste a dejar su mundo; sus familiares y conocidos se van, las comarcas menos alejadas son insolidarias, ella no quiere empezar de cero en otra parte, su mundo se muere, algo de lo que la catástrofe climática es el mejor ejemplo y nos ayuda a entender que ella se enfrenta a la soledad radical, la que destruye la identidad del individuo y, además, propicia su desaparición del planeta. Esa soledad no es física, ambiental, sino interior, psicológica. No es la de los ermitaños de antaño, ni la de los pastores durante meses aislados en los montes y durmiendo en las bordas, ni la de los cazadores en las altas montañas de comienzos de siglo que solo bajaban al pueblo una vez al año a por provisiones. Es otra cosa. Interesante.

    Responder
  6. Zuriñe

    Me encanta tu comentario Carmen!

    Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *